Le habían dicho que no
sentiría nada, se lo habían dicho el primer día que lo operaron, le habían
dicho que los que eran como él estaban preparados para eso, para no sentir
ningún dolor. Le habían dicho grandes cosas, no se cansaban de darle distintos
apuntes, nuevos y repeticiones. Lo peor de todo no era la repetición de las
cosas, sino, el recordarlas al dedillo. Todo. Nada escapaba.
Había otros, pero estaban escondidos
como él. No tenía contacto con ellos como ellos tampoco con los demás, era por
seguridad.
Lo único que sabía era un número, lo
único que lo conectaba a él con los demás era un simple número.
Ocho.
Eran ocho.
Trató durante un tiempo no muy largo
identificar las distintas conexiones que podrían existir con ese número, había
varias, pero todas sin lógica.
Una de las cosas que diferencia a
los hombres de todo lo demás, junto con el pulgar y la razón; el alter ego, lo irracional.